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"Verano, cuerpo y culpa: desmontando la operación bikini"

  • Foto del escritor: Rosa Hidalgo
    Rosa Hidalgo
  • 24 abr
  • 2 Min. de lectura

Cada año, cuando se acerca el verano, muchas personas sienten una especie de urgencia colectiva por “mejorar” su cuerpo. Aparecen dietas exprés, rutinas intensas de ejercicio, productos milagro y, sobre todo, una sensación de que no estar a gusto con nuestro cuerpo es lo normal. ¿Pero te has preguntado alguna vez por qué ocurre esto? ¿Qué pasa en nuestro cerebro?







El cerebro social: queremos pertenecer:


Nuestro cerebro está diseñado para buscar la aceptación social. Desde nuestros antepasados, la supervivencia ha dependido de formar parte de un grupo. Hoy, aunque no corremos peligro real por estar solos, nuestro sistema nervioso sigue reaccionando como si fuera vital "encajar".


Cuando los medios, las redes sociales o incluso nuestro entorno nos bombardean con imágenes idealizadas del “cuerpo perfecto para el verano”, nuestro cerebro interpreta que eso es lo que debemos alcanzar para ser aceptados. Y activa el sistema de alarma: si no te pareces a ese ideal, podrías quedar fuera del grupo. Esto genera ansiedad, comparación y una fuerte presión por cambiar.


El sistema de recompensa: buscamos sentirnos bien (aunque sea a corto plazo)


El cerebro humano está programado para buscar placer y evitar dolor. Cuando creemos que adelgazar o tonificarnos nos hará sentir mejor, más atractivos o admirados, activamos el circuito de recompensa. Esta promesa de bienestar genera dopamina, la hormona del placer anticipado.

El problema es que muchas veces ese “bienestar” depende de un ideal externo y no de un bienestar genuino. Así, acabamos persiguiendo objetivos que no nos conectan con lo que realmente necesitamos.


La memoria emocional y los aprendizajes repetidos


Si crecimos con mensajes como “estás más guap@ delgad@”, “el verano es para lucirse” o “no puedes ir a la playa con ese cuerpo”, el cerebro lo registra como una norma emocional. Cada año, al acercarse el verano, se activa automáticamente esa memoria, como un eco del pasado que nos empuja a repetir lo aprendido, aunque sea dañino.

 

¿Qué podemos hacer?


La buena noticia es que el cerebro también es neuroplástico, es decir, puede cambiar y aprender nuevas formas de cuidarse, mirarse y habitar el cuerpo. Algunas claves:


Revisa lo que ves y escuchas a diario: cuando veas cuerpos “perfectos” en redes sociales o en anuncios, pregúntate: ¿Esto es real o está retocado? ¿Es saludable para mí intentar parecerme a eso? ¿De verdad quiero eso o siento que tengo que quererlo porque todo el mundo lo dice?

Escucha a tu cuerpo, no al calendario: si tu cuerpo te pide descanso, comida o movimiento, respóndele desde el cuidado, no desde la exigencia. No hace falta cambiar solo porque llega el verano.

Sé amable contigo: háblate como lo harías con alguien a quien quieres. No necesitas motivarte a base de críticas, sino desde el respeto.

Rodéate de personas que no te hagan sentir mal con tu cuerpo: eso incluye redes sociales, conversaciones, ropa que te aprieta, o comentarios innecesarios.



Conclusión:


Este verano no necesitas un cuerpo nuevo. Solo necesitas habitar el que ya tienes con más calma, presencia y amabilidad.



 
 
 

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